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sábado, 23 de febrero de 2008

1) el turismo del aceite. actualidad en la prensa

el turismo del aceite
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La historia del olivo es un viaje de este a oeste por el Mediterráneo, una aventura que empezó en Asia menor en el 4000 a. C. En las orillas del Mare Nostrum se daba el oleastro, un matorral de frutos demasiado pequeños, pero fue en el Tigris y el Éufrates donde se experimentó con el injerto hasta conseguir una variedad adecuada para el consumo humano. Consumo, por cierto, que no se limitaba a la alimentación: en Babilonia el médico era el asu, "el que sabe de aceite". Incluso se daban usos religiosos: en diversas liturgias de la Iglesia católica aún se emplean los santos óleos.
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El aura mística del olivo ya estaba presente cuando llegó a Grecia de la mano de los fenicios. Hay leyendas en las que una paloma parte con una rama de olivo con destino al templo de Zeus en Épiro o al mismísimo Olimpo, cuentos que guardan paralelismos con la narración del arca de Noé. Y ya en Roma, a los césares victoriosos se los recibía con ramas de olico en la mano. Los romanos difundieron el olivar en España, aunque éste ya estaba presente en la Península desde el 1050 c. C. gracias a los fenicios. La Bética pronto se convirtió en exportadora de aceite: el monte Tesaco, en las afueras de Roma, se formó por la acumulación de ánforas de aceite procedentes de Andalucia. El emperador Adriano incluso acuñó monedas en las que aparecía el olivo y la leyenda Hispania.
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La invasion arabe trajo nuevas variedades de aceituna y muchas palabras relacionadas con ella. El aceite de oliva desplazaba para siempre a la grasa animal de las cocinas peninsulares, pasando a ser un producto tan común que pocos lo han valorado como se merece. Según Meritxell Falgueras, somelier de larga tradición familiar y premio Nariz de Oro Joven Promesa de Catalunya, "la cata de vinos es más complicada, hay más que tener en cuenta". "En cambio, todo el mundo se atreve a opinar del aceite porque es de consumo diario", comenta mientras se asegura de que la temperatura de la cata sea de unos 30º y vierte un poco en una taza azul con tapa, necesaria para que no escapen los aromas volátiles. "Ahora, la tendencia está cambiando. En los grandes restaurantes, lo primero que te sirven es un platito con aceite". Son cosas de la saludable dieta mediterránea.
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[Josep M. Palau Riberaygua, ES, 16 de febrero de 2008]

2) valencia. las fallas (les falles). actualidad en la red

las fallas de valencia (les falles)
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Es una fiesta con una arraigada tradición en la ciudad de Valencia y poblaciones circundantes. Actualmente, esta festividad se ha convertido en un atractivo turístico muy importante.
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Sus orígenes son realmente sencillos, una simple quema de desechos de los talleres de carpintería. Pero la inventiva del pueblo valenciano le ha ido aglutinando todos los rasgos propios de su cultura e historia.
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Se podría decir que son los carnavales de la ciudad de Valencia, en donde toda la picaresca y crítica se vuelca en los monumentos -de tal manera que al quemarlos, se eliminan los problemas y males-. También en esta fiesta se unen varios aspectos que definen una cultura. Ellos son el fuego, la música, la pólvora, y la calle.
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Casi en cada calle de la ciudad hay un Casal Faller, que durante todo el ejercicio busca fuentes de ingreso para poder pagar la fiesta y su propio monumento. Además, normalmente cada comisión consta también de una comisión infantil, formada únicamente por niños, que también planta su propia falla. Las fallas infantiles miden, como máximo, 3 metros de diámetro y están compuestas por figuras de estética más próxima al mundo de los niños y generalmente no muestran temas críticos.
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Desde el día 15 de marzo hasta el 19 de marzo los días y noches en Valencia son una fiesta continua. Pero ya desde el día 1 de marzo se hacen mascletàs, espectáculo de petardos y fuegos artificiales, en el que se obtienen composiciones musicales a través del ruido de los cañones de pólvora. Estos espectáculos tienen lugar en la Plaza del Ayuntamiento, en el centro de la ciudad, a las 14:00 horas. Algunas comisiones falleras disparan mascletàs junto a sus casales durante la semana fallera.
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El total de fallas -386 en 2007- se clasifica en categorías ordenadas por presupuesto, y dentro de cada categoría se organiza un concurso en el que se elige la mejor falla. Para ello se valoran las diferentes cualidades: monumentalidad, riesgo, temática, colorido, etcétera. También se elige el mejor ninot indultat -el muñeco indultado-, que se salvará de la hoguera. Estos premios no suponen ninguna recompensa material, sólo la satisfacción del premio obtenido, que se indicará con un banderín en la falla hasta el día de la cremà. Aunque los premios son un orgullo para las comisiones de todas las categorías, la protagonista en los medios de comunicación es la Sección Especial. En esta participan las fallas más caras de la ciudad, con costes que ya han superado los 720.000 euros. Dinero que se recauda entre los falleros de cada falla y de otros elementos como por ejemplo: premios recibidos, exposiciones en la calle -calles decoradas y/o iluminadas-, visitas por el recinto interior de la falla o la venta de loterías. En los últimos años los patrocinadores comerciales han cobrado gran importancia en la economía de las comisiones falleras que, sobre todo en las categorías más importantes, constituyen la principal fuente de financiación de los monumentos falleros.
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Aunque el objetivo de las comisiones es construir la falla para la fiesta de San José, durante el resto del año en cada casal se realizan actos festivos, culturales y sociales de todo tipo, que hacen de las comisiones falleras uno de los principales ejes de la vida asociativa y del entramado social de Valencia y los demás municipios donde se celebra esta fiesta.
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Habitualmente están dotadas de carácter satírico sobre temas de actualidad. Las fallas suelen constar de una figura o composición central de varios metros de altura (las más grandes superan los 30 metros -exactamente la falla Nou Campanar 2007 con 39 metros, fue la más alta y voluminosa de la historia-) rodeadas de numerosas figuras de carton piedra -material que en los últimos años está siendo sustituido por otros más modernos como el polietileno expandido, más ligero y moldeable- sostenidas por un armazón de madera. Incluyen letreros escritos en valenciano explicando el significado de cada escenografía, siempre con sentido crítico y satírico.
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Los artistas y artesanos, escultores, pintores y otros muchos profesionales se dedican durante meses a construir monumentos que las diferentes comisiones -en Valencia hay 386- contratan. Las fallas se instalan en la calle el día 15 de marzo por la noche, el día de la plantà (viene del verbo plantar, no olvidemos la tradición agrícola de este pueblo). Últimamente, y dadas las dimensiones de algunas fallas, el acto de la plantà se adelanta varios días y necesita de la ayuda de grúas. El acto en el que se quema la falla se denomina la cremà -la quema-.
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3) A. V. E. actualidad en la prensa

TGV, TAV, TVA, AVE, AGV, etc.
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Con permiso de los publicistas de Volkswagen, que hace unos pocos años nos volvían a sorprender gratamente con el anuncio del Golf GTI y la sucesión de tres siglas, el título de este articulo quiere evocar la evolución de los trenes de alta velocidad que en el mundo han sido. En cambio, a diferencia de la progresión tecnológica del GTI (ABS, ESP, EBV, ASR, EDS..., etc.), en el caso de los trenes el cambio de siglas se debe más a razones lingüístico-ideológicas. Al menos visto desde Catalunya.
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La primera noticia de los trenes ultrarrápidos nos llegó desde Japón. Ya en los años cuarenta, en plena guerra mundial, algunos convoyes nipones alcanzaron los 200 km/h. Y desde entonces todo ha sido a más. Aquí los conocíamos como trenes bala, sobrenombre que le pusieron los propios japoneses a lo que, en puridad, habían bautizado como superexpresos.
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Como en el Viejo Continente los primeros en popularizar el invento fueron los franceses, el deslumbramiento producido por el Train à Grande Vitesse provocó que los admirados peninsulares adoptáramos las siglas francesas como lexicalización del invento. A partir de aquel momento, pues, todo tren que corriera algo más de la cuenta pasó a ser un TGV.
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Pero como eso de "gran velocidad" era una traducción algo irregular, se buscó y se encontró el TAV, tren de alta velocidad, expresión válida y genuina tanto en castellano como en catalán. La sigla gustó tanto, que cuando se dispuso la línea de Euromed en la costa mediterranea, de Alicante a Barcelona, como eran convoyes rápidos pero no tanto como los franceses y aprovechaban las vías ya existentes, a estos se les llamo "de velocidad alta": TVA. Aunque es dificil de demostrar, entre "alta velocidad" y "velocidad alta" existe un matiz semántico que distingue ambos conceptos.
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Ante tanto desbarajuste de siglas, España acabó dando nombre propio a su tren veloz. Amantes como somos de la metáfora, al tren que no corría sino volaba, como un pájaro, ¿que mejor nombre que el de AVE? Término que nace de las siglas de Alta Velocidad Española.
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Con nuestro flamante AVE andaluz -un primer tramo que sólo se puede entender a partir de las mentalidades que disponen en su cerebro de la neurona Km 0, es decir, Madrid, el centro del mundo-, ya no habría que preocuparse más del nombre. AVE y punto. El nacionalismo español elevado a la categoría de tren. Pero claro, el nacionalismo catalán también tuvo algo que decir: "abans francesos que espanyols" ["antes franceses que españoles"], debió de pensar más de uno, por lo que algunos medios de comunicación sigue llamando TGV al TAV para no llamarle AVE.
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Lástima que ahora los franceses tengan preparada la segunda generación de sus trenes de alta velocidad, de la empresa Alstom. Se llamarán AGV, siglas que corresponden a Automotrice Grande Vitesse, con lo que finiquitan el TGV y dejan a los francófilos de este lado de los Pirineos con tres palmos de narices.
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Mientras, en Argentina, a la nueva red de alta velocidad la quieren llamar con el acrónimo Cobra, porque unirá las ciudades de Córdoba, Buenos Aires y Rosario.
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Ya lo ven: "Cada terra fa sa guerra" ["cada cual va a su antojo"]. Claro que si de entrada hubiéramos otorgado a esos trenes veloces un nombre popular o, al menos, lógico, como superexpresos, ultrarrápidos o el original tren bala, no habríamos vuelto a confundir la gimnasia con la magnesia.
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[Magí Camps, LA VANGUARDIA, 20 de febrero de 2008]